El medroso amedrentado

UNA FOTOS, antiguas de hace casi 20 años, del presidente del Gobierno gallego con un hombre que cumple condena por narcotraficante y que era sospechoso entonces de dedicarse al contrabando de tabaco. Las fotos llegan a un periódico. El indicio de una buena historia, seguro. Si abres el angular de la toma, qué aparece; eso es lo que habrá que averiguar. ¡Pero quia! Ahí van las fotos ocupando la portada del domingo. Y por todo angular dos míseros parrafitos que sitúan la escena en el verano de 1995 y que el yate se llamaba Oratus. Lo que se pregunta cualquier persona: ¿y bien? ¿Las fotos fueron fruto de la amistad? ¿De la vida social? ¿Qué logró el entonces presunto contrabandista de su relación con aquel joven alto cargo del Ministerio de Sanidad? ¿Qué logró Feijóo? Pero no hay nada. Las fotos aparecen flotando, sin pie, en el puro limbo. Se hartan de pontificar día, noche y madrugá sobre la necesidad del makesense, del contexto; y cuando llega la hora cumbre ni siquiera distinguen un hecho de un desecho. Leo que el Guardian acaba de poner a la venta unas gafas para protegerse de las opiniones nocivas del DailyMail. Por desgracia nuestros Santos Inocentes no caen en abril.

Dicho lo cual.

El presidente del Gobierno gallego declara en el curso de este carrusel informativo que puso en marcha el domingo: «Se me ha intentado amedrentar en todo este tiempo y no lo han conseguido. Seguiré diciendo lo que pienso». Es una afirmación sorprendente. Porque no es que trataran de amedrentarlo con esas fotos. Es que, quienquiera que fuese, lo consiguió plenamente. El presidente gallego sabe desde hace 10 años que esas fotos circulan de aquí para allá. No solo eso: declara, de una forma cohibida, que intentaron chantajearle con ellas. No sé a qué espera a dar los detalles. A lo mejor a él, y a las decenas de periodistas que lo escucharon ayer por la mañana, les hace falta otra rueda de prensa. Convóquese. Con esta pregunta única. Bueno, quizá con otra más. Por qué sabiendo que esas fotos existían, y tal vez habiéndolas visto, y en cualquier caso escamado ante la posibilidad de que se usaran de modo comprometedor, por qué no se adelantó y puso la historia encima de la mesa para desactivar su posible manipulación futura.

Pero, en fin, se sabe por qué medrar es propio de medrosos.